domingo, 8 de enero de 2012

Me tumbo en la cama y miro al techo. Me revuelvo hasta que todos los músculos de mi cuerpo se resienten. Debería dormirme. Cierro los ojos con fuerza, pero eso no da resultado.
Enciendo la luz. Mi sombra me sigue sigilosamente, observándome desde la pared.
Hola. ¿Eres yo?
La sombra me mira, en silencio. Claro que eres yo. Un trozo de mí en la pared gris. Un trozo de mí sobre varios libros en la estanteria.
¿Por qué, sin embargo, me siento tan desencarnada? Giro sobre la habitación y doy vueltas hasta marearme, sólo para sentirme, pues creo he perdido esa capacidad. Mi sombra gira conmigo y se queda parada en la puerta.
Hola. Tú no vas a abandonarme, ¿verdad?
La sombra premanece callada. Desalentada, resbalo hasta el suelo. Una mano negra idéntica a la mía choca sus yemas con las mías en cuanto acerco mi mano a la madera.
Hola. Hola. Holaholaholahola.
H-o-l-a.
Las palabras pierden sentido y se diluyen, bañándome los pies con mi propia desesperación.
Lucas aparece en el umbral de la puerta tras escuchar el ruido seco de mi cuerpo al dejarse caer sobre el piso. Sus ojos grises me examinan, desgarradores. Ahora es cuando se inclina hacia el sofá y agarra la manta azul para envolvernos con ella. Ya he visto esto antes. Ocurre muchas noches. Quizás muchas más de las que recuerdo.
Lucas se tumba a mi lado y siento el suave tacto del algodón de la tela azul sobre mí. Me abraza con fuerza, pero apenas soy capaz de sentirlo. La madera rígida del suelo me adormece el cuerpo.
-Hola.- susurro, con un hilo de voz.
Como tantas otras noches.

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